¿Quien tubo la brillante idea de hacerme eterna enredada a tu piel? Quien es el culpable de enlazarme entre tus sabanas cuando el amor nos ataca a altas horas de la madrugada sin encontrar un resquició de respiración, vibrando con tu aliento cerca de mi oreja; seduciendome con una noche más, maldigo al destino por recubrirme con tu saliva como paliativo para este dolor reventandolo en pasión.
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